En mi generación casi nadie discute que Tomás Eloy Martínez partió en dos la historia de nuestro periodismo. En la época que él llegó al país, los periodistas de El Nacional asumían como maestros a Moradell y a Mario Delfín Becerra, y se sentían herederos de Miguel Otero Silva y Federico Álvarez, de Sergio Antillano y Héctor Mujica, de Arístides Bastidas y Pascual Venegas Filardo, de Antonio Arráiz y Jesús Sanoja. Se hacía un periodismo correcto, devoto de la noticia, el tubazo, el objetivismo y la pirámide invertida. Aunque simpatizaban, en su mayoría, con causas de izquierda suscribían las normas clásicas del diarismo norteamericano.
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